Activista trans y primera subsecretaria de Políticas de Diversidad de la Nación, Alba Rueda reconoce muy bien la huella que antecedió a su vida militante. Charlamos con ella en #VocesDeAquelarre. Nacida en Salta en épocas de dictadura y crecida en el seno de una sociedad que le imprimía en el cuerpo su mandato conservador, logró torcer su raíz y trascender su propia historia, participando activamente de causas culturales, identitarias, populares.
“Esa sociedad salteña que me vio crecer, caló hondo mi identidad. Lo primero que se configuró en mí fue un enorme silencio. Como niña trans, sabía que lo que sentía estaba mal, porque me lo hacían saber. Me sentí profundamente culpable de todo lo que me pasaba. Hasta que descubrí la militancia, cargué con la creencia de que yo era la única responsable por lo mal que me iba en la vida”. Alba estudiaba filosofía en la UBA, pero, por supuesto, no conseguía un trabajo que le permitiera sustentarse y como tantas otras mujeres se vio obligada a entrar a la vía de la prostitución.
Corría el año 2002 y comenzó a militar codo a codo con sus compañeras trans que vivían en el Hotel Gondolín. Ellas le enseñaron los bemoles de una realidad que nunca es individual, sino social, política y cultural. Y le enseñaron también que estaban en todo su derecho para luchar y transformar esa realidad. Rescata la figura de Lohana Berkins: “Encarnó la lucha primordial, para que las travas pudiésemos participar en los encuentros de mujeres y constituirnos como un actor político. Hoy ya no quedan dudas de que la agenda feminista debemos escribirla también las travestis y trans. Y eso, que se ponga en valor las demandas trans como parte de la agenda de las mujeres, habla de un logro político sustancial”.
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