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1642 Francisca de Pedraza, la primera mujer española en denunciar la violencia de género ante los tribunales.

Alcalá de Henares, siglo XVII. Francisca de Pedraza vivió en una época en la que las mujeres solo tenían dos opciones: contraer matrimonio o profesar una orden religiosa. Ella ni siquiera tuvo la posibilidad de elegir. Jerónimo de Jaras, vecino de la ciudad complutense, pidió su mano y se la concedieron. Él fue su cárcel durante más de una década. Las palizas, los golpes y los insultos por parte de su marido no dejaron de sucederse ni un solo día. Pero Francisca miró al miedo cara a cara y se rebeló ante el régimen establecido solicitando el divorcio o, al menos, no tener que convivir con su verdugo. En 1614, realizó su primer intento de separación y 10 años más tarde logró que la Corte de Justicia de la histórica Universidad de Alcalá lo reconociera. Esta es su historia, pero también es la de miles y miles de mujeres que durante siglos han tenido que luchar para poder seguir con vida.


Francisca de Pedraza no tuvo una vida fácil. Nació a finales del siglo XVI y con tan solo cuatro años quedó huérfana. Su infancia transcurrió en uno de los muchos conventos que proliferaban en Alcalá de Henares, del que solo salió para casarse en 1612, siendo todavía una adolescente.


Una pequeña dote fue suficiente para que la beata Francisca de Orozco la entregase a un vecino de la ciudad. En este tipo de instituciones, las niñas recibían la educación necesaria para aprender a ser una buena mujer y madre de familia (cocina, cuidados del hogar, costura, etc.) o para tomar los hábitos. Sin embargo, entre aquellas paredes la protagonista de esta historia obtuvo la fortaleza necesaria para luchar contra las injusticias.

En aquella época, este tipo de pleitos se resolvían con simples recomendaciones eclesiásticas. Algo que no hunde a Francisca de Pedraza. En casos similares el suicidio es una tentación pero ella piensa ante todo en sus hijos y decide seguir adelante. Emprende entonces la denuncia por la vía judicial ordinaria, que se declara sin “competencias para abordar asuntos tan sagrados como los del matrimonio”.


En estos pleitos no se condena al maltratador, si no que se recomienda eclesiásticamente el cese de las palizas. Francisca denuncia entonces por la justicia ordinaria, con el mismo resultado. Pero no se rinde, y acude a la justicia universitaria. El Rector Álvaro de Ayala, con la primera cátedra en España de derecho canónico y civil, decide tomar el pleito dentro del recinto universitario.


En vista de que su declaración no iba a ser suficiente, el procurador de Francisca presentó ante el tribunal el testimonio de varios testigos. Uno de ellos es el de una mujer llamada María Marañez que aseguró que Jaras "arremetía contra Francisca y la daba muchas coces, bofetones y puñetes", y explicó que la llamaba públicamente "puta probada y otras muchas palabras feas que por vergüenza no se pueden escribir, que no caben en ella por ser como es mujer muy honrada". Además, aseguró haber visto varias veces cómo "estando comiendo, le tiró los platos y escudillas, y el pan que estaba en la mesa. Y otras veces la amenazó con el cuchillo". Las pruebas presentadas no fueron suficientes para que Francisca pudiera estar lejos de su maltratador. En septiembre de 1620, Pedro de Cabezón remitió un escrito a ambas partes en el cual pidió a Jerónimo de Jaras que desde ese momento tratase "bien y amorosamente" a su esposa.

La Justicia eclesiástica estaba condenando a la muerte en vida a Pedraza. El trato de Jaras hacia su mujer no hizo más que empeorar en los años siguientes. Francisca no dejó de temer ni un solo segundo por su vida y la de sus dos hijos. Sin embargo, usó las pocas fuerzas que le quedaban para defender su empresa. En verano de 1622, nuevamente interpuso una demanda de divorcio ante la Corte arzobispal de Alcalá de Henares. Unos días antes de hacerlo, su marido la había golpeado con tal fuerza que le provocó un aborto en plena calle.


Las pruebas eran evidentes, pero no suficientes para el tribunal, que en octubre de ese año mandó de nuevo a Jerónimo de Jaras que tratase a su esposa "con mucho amor", y le diese una vida "honesta y maridable, y el sustento, vestido y demás necesario, como es obligado, y no le hiciese semejantes malos tratamientos, como los que se dice le ha hecho". Asimismo, pedían a Francisca que hiciese "vida maridable con el dicho su marido y le respetase y obedeciese como es obligada, con apercibimiento que se procedería contra ella con todo rigor de derecho".


En mayo de 1624, Francisca vio la luz al final del túnel. Ayala firmó una de las sentencias más innovadoras de la época. "Fallamos que atento los autos y méritos de este proceso, que revocando ante todas cosas la sentencia dada y pronunciada en esta causa de divorcio por el Licenciado Laurencio de Iturrizana, vicario general de la audiencia y Corte Arzobispal de esta villa de Alcalá, debemos de hacer y hacemos el dicho divorcio y separación de matrimonio quoad thorum et mutuam cohabitation entre la dicha Francisca de Pedraza y Jerónimo de Jaras, su marido, y les encargamos vivan por esta castamente", señala el escrito.

Sin embargo, Ayala fue mucho más allá y mandó a Jerónimo de Jaras que devolviese y restituyese la dote de Francisca (5.500 reales), que le diese la mitad de los bienes gananciales que hubieran adquirido durante su matrimonio y ordenó la primera orden de alejamiento por esta causa de la que se tiene registro. "Prohibimos y mandamos al dicho Jerónimo de Jaras no inquiete ni moleste a la dicha Francisca de Pedraza, su mujer, por sí ni por sus parientes ni por otra interpósita persona, so pena de cuatrocientos ducados aplicados a nuestra voluntad y con apercibimiento que procederemos contra él con todo rigor de derecho". Jerónimo de Jaras intentó recurrir la sentencia, pero la Justicia volvió a respaldar a Francisca de Pedraza.



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