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DE LA MAREA VERDE A LA MAREA ROJA



La menstruación, eso que nos enseñaron a celebrar y ocultar desde siempre. Celebrar porque, al parecer, la primera menstruación significa una especie de rito de pasaje entre una infancia que queda atrás y una nueva vida de mujer, que se consolida gracias a la mancha roja en la bombacha. Ocultar porque pareciera que muy pocxs están invitadxs a la fiesta, y la menstruación no es una situación que merezca ser contada a todo el mundo a los cuatro vientos.

Sin embargo, gracias a la discusión por el aborto, se está empezando a poner sobre la mesa temas como la maternidad y la sexualidad de las mujeres y cuerpos gestantes, lo que ha llevado a que la menstruación también salga del clóset.

Para la psicóloga Eugenia Tarzibachi, se nos enseña a considerar importante a aquella mancha roja, pero a despreciarla al mismo tiempo. Y esto es así porque la sociedad tiene un ideal de la “menstruación perfecta”: Una que no se ve, que no se toca, que no se huele. La menstruación perfecta, esa que vemos en la tele y que nadie sabe por qué es azul cuando la sangre es roja, es aquella que te permite seguir con tus actividades como si no estuviera pasando nada importante.

De hecho, esa es la idea: de la menstruación no se habla, pero todxs sabemos que existe; es algo que solo los cuerpos menstruantes conocemos, pero debemos arreglárnosla en silencio. La premisa máxima de la menstruación perfecta es que los cuerpos menstruantes no dejen de ser productivos, aún cuando tengan que atravesar el sangrado y todo lo que ello conlleva una vez al mes.

Es muy poco lo que se sabe de menstruación. Estamos llenxs de mitos, prejuicios, información recortada, incompleta. Pero al mismo tiempo se nos exige saber todo sobre ella y aguantárnosla solitxs. ¿Por qué? Muy fácil: No se puede conocer algo de lo que no se habla. Y, además, la escasa data que hay sobre el tema fue escrita por hombres que se atribuyeron la autoridad para decir qué era y qué significaba menstruar, cuando nunca sabrán en su vida todo lo que implica.

De esta forma, varones decidieron que la menstruación era lo que diferenciaba a los demás cuerpos de ese sujeto neutro y universal considerado la norma, que es el varón blanco heterosexual. En este sentido, detalla Tarzibachi, la menstruación se convirtió en uno de los rasgos más importantes para constituir el género. Pero eso no viene solo, sino que además está acompañado de la vergüenza que han de atravesar los cuerpos menstruantes en relación con su propia sangre. Esta vergüenza no es más que una construcción socio-histórica, así como también lo es la estigmatización y condena de la menstruación al ámbito de lo privado, lo que garantiza la naturalización de ciertos comportamientos como, por ejemplo, pagar por menstruar.

Al respecto, las empresas y los medios de comunicación han operado perfectamente con sus publicidades en las cuales nos muestran a mujeres que “menstrúan como se debe”, es decir, sin quejarse, sin parar de moverse, y estando siempre disponibles. Esto nos lleva a que, sin cuestionarlo siquiera, queramos comprar el tampón o la toallita que estén vendiendo en la tele, sin detenernos a pensar en preguntas como ¿qué es lo que nos estamos poniendo en nuestra vagina? ¿Por qué debemos pagar como un lujo algo que debería ser un producto de primera necesidad? ¿Qué pasa con las personas que no pueden pagarlo? ¿Cuáles son los riesgos a los que nos exponemos con esos productos?

De hecho, el no saber los efectos a largo plazo de la exposición química por vía vaginal por el uso de tampones y toallitas es un problema mundial. En muchos países ni siquiera se sabe qué contienen esos productos, de qué están hechos. En el caso de Argentina, solo algunos están especificados, y son, en su mayoría, derivados del plástico.

Últimamente, se ha hablado mucho de la copita menstrual como la alternativa menos dañina para nuestro organismo (está hecha de silicona médica) la más económica y ecológica. Además de durar hasta diez años, la copita ofrece otro tipo de relación con nuestra sangre, ya que implica el contacto directo con ella en la manipulación de la copa. Pero lo cierto es que este producto es de una difusión bastante lenta y que por ahora solo pueden acceder a ella personas de clase media y media-alta.

Sin embargo, no podemos ignorar que hoy en día la menstruación (así como también ocurrió con el aborto) está dejando de ser mala palabra. Porque ya no vamos a batallar con nuestro cuerpo nunca más. Porque estamos demostrando que existen otras formas de vivir la menstruación, y no solo como un hecho individual, sino como una materia colectiva que permita modificar la realidad de una parte importante de la sociedad. Porque las mujeres y los cuerpos menstruantes nos estamos empezando a cuestionar aquello que tanto quisieron que ignoráramos: ¿qué es lo que nos pasa en el cuerpo? Y la respuesta la vamos a decidir nosotrxs.

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