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Cuando los noventa gateaban y el menemismo todavía no era una tragedia social

Cuando los noventa gateaban y el menemismo todavía no era una tragedia social, sino algo que nos estaba empezando a pasar, irrumpió en la pantalla de la tv argenta un programa distinto a cualquier cosa que se hubiera visto, cuya cara visible era un flaco facherito pero algo tímido, medio darkie pero que le sacaba charla a cualquiera. Se camuflaba en la noche con su campera de cuero negra y salía a la calle a buscar historias. Le decían Polo, y de pronto, con él, brotaron de las alcantarillas personajes que, si te fijás, siempre están, pero que rara vez nos damos cuenta.


Polo les sacaba charla y se quedaba en el molde. El otro lado -así se llamaba su programa- tenía una impronta de cine y novela negra, y esas entrevistas se percibían como retazos de realidad que muchas veces dolían, algunas otras sanaban, y quizá las dos a la vez. Hubo un capítulo que se llamó La costilla de Adán: ahí estaba Polo, en la casa de una familia que le había abierto las puertas para compartir su historia con él. Wendy se había hecho travesti, porque, en ese momento, hace 30 años, a nadie se le ocurría pensar en términos de chica trans o mujer trans, y mucho menos que era sencillamente una mujer. La abuela de Wendy contaba que defendía a su nieta a las trompadas en la calle. La mamá no terminaba de asimilar la decisión de su hija y con voz apagada decía que no tuvo más remedio que separarse de todas las amigas que había cosechado. Y así estaban, las tres solas, protegiéndose como podían.


Ayer, la Casa Rosada se llenó de mujeres trans, para celebrar la entrega del DNI número 9 mil a personas que han decidido cambiar su identidad, desde 2012, cuando se sancionara en nuestro país la Ley de Identidad de Género. Isha recibió su documento de manos del Presidente Alberto Fernández, que luego se tomaría un momento para señalar que es una estupidez no respetar lo que cada uno quiere ser, y pretender que todos sean como uno cree. Ella, a su vez, habló de luchar para que cada persona pueda tener una sonrisa dibujada en su rostro. Tan simple como eso.



Pero semejante simpleza fue impensada para la familia de Wendy, condenada a la oscuridad por el solo hecho de que un joven no se sentía cómodo siendo varón. No pasó tanto tiempo. Muchos de nosotros crecimos en esa sociedad silenciosa. Una buena porción de nuestra sociedad, de hecho, sigue siendo tan callada como entonces, y si levanta la voz es solamente para proteger su manto de hipocresía, juzgando a los demás.


Hay una serie, Pose, que relata el instinto de supervivencia que debió construir la comunidad trans de los ochenta, viéndoselas con un motor social mortífero y progresivo que se llamaba sida y que habilitaba el ensañamiento y la segregación. Un instinto entusiasta y creativo, para combatir el frío, la marginalidad y una esperanza finita.


Nadie elige alegremente andar sufriendo por la vida. Es la eterna contienda de quienes no consiguen mostrarse como son. No se trata de ser o no ser. Es más fácil todavía.

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