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DE LA NADA A LA GLORIA O VICEVERSA

Ema me dice por WhatsApp que me va a pasar un textito que colgó en su Instagram la otra vez. Yo no uso Instagram y ella lo sabe, y que me lo tenga que mandar por WhatsApp dice mucho sobre los años que le llevo. No es culpa mía, ella es demasiado joven. Yo tengo una edad normal.

Antes del textito, recibo una suerte de advertencia: “Mirá que no concluye ni es contundente”. Qué bueno, pensé, porque dudo mucho que estemos habilitados a ser concluyentes, o contundentes, sobre cosa alguna. Eso me suena más a un juez bajando el martillo y al condenado marchando preso, o bien a un mal periodismo. Ojo, que eso no quiere decir que acá no seamos firmes en nuestras posiciones. El periodista, como el político, como la abogada, como la fotógrafa, intentan participar de la realidad que habitan, el tema es cómo lo hacen.

Voy a hablar por última vez sobre la edad de Ema, porque no es un tema que me agrade: ella todavía no cumplió los 20. ¿A quién se le ocurre? Tampoco quiere ser periodista ni nada por el estilo. Este año empieza su carrera de actriz. Ella está atravesada por el feminismo: un feminismo pujante y difícil de atrapar, que está pegando el estirón y que tiene a su generación como motor y punta de lanza. Fijate en la calle sino, vas a encontrar más pañuelos verdes que pokemones. En este portal, creemos que el feminismo es uno de los vagones, sino la locomotora, del último tren que tiene la humanidad para regenerarse en lugar de autodestruirse.

Pero, ahí voy con el escrito de Ema, bánquenme un toque. Es que también tengo que hablar sobre la Doctrina Bullrich-Chocobar, pero no me alcanza el tiempo para sentarme a escribir dos notas -cosas que pasan cuando uno no gana guita con lo que hace, ¿vio?-. Abro los diarios y veo que ya hay un freno judicial a la prehistórica medida que bajó el Ministerio de Seguridad comandado absurdamente por Patricia Bullrich. Un poco de alivio en medio de esta guerra intangible cuyo trofeo es el valor que le damos a la vida. Más sencillo aún: estamos transitando una batalla de sentido entre un sector de la población que se para de manos junto a la Policía y otro que se planta en la vereda de la gente. Sí, de la gente. Y lo digo adrede, porque si el discursito reaccionario que se alimenta desde las filas del gobierno habla de “delincuentes o gente”, entonces no veo porqué yo no pueda hablar de “policías o gente”. Santiago Maldonado sigue siendo un parteaguas, y lo vemos en las redes sociales cada vez que se habla del caso: ese sector de la sociedad que avala la represión policial muestra los colmillos y pone de manifiesto su necesidad de expresarse, de participar, diciendo que el chico se ahogó y que se tiene que joder por haberse muerto, y que con él nos tenemos que joder todes les que exigimos el esclarecimiento. ¿Por qué? ¿Se preguntarán porqué? No está mal que duden de lo que pasó, porque, en definitiva, es materia de debate; pero, en todo caso, ¿por qué se ensañan con un chico que murió en un episodio, como mínimo, confuso? Es más, me voy a apropiar de su discurso para reformular mi pregunta: ¿por qué se ensañan con un chico que se ahogó? Jamás leí un solo comentario que diga “pobrecito, se ahogó”, con el básico sentido de pena que debería producirnos una situación así. Pero no, "¡que se joda! ¡Bien ahogado está!". ¿Por qué les genera eso? No creo que se lo cuestionen. Es que, en el fondo, saben que ahí pasó algo fuera de lo común, y les parece que está bien. Lo turbio no es el fondo del río, lo turbio es el fondo de sus pensamientos.

El protocolo que presentó Bullrich hace un par de días pone en el policía -individuo- la plena decisión de acabar con la vida de otros individuos que no son policías. Es la luz verde al gatillo fácil y el desprecio absoluto por la vida convertido en política de Estado: no se animaron a plantear la pena de muerte, porque suena fuerte y dudosamente la sociedad lo hubiese aceptado, pero te clavan la cajita feliz de los asustados, de los alienados, de los que perdieron el rumbo. Pretender que las fuerzas de seguridad están dotadas de las facultades humanas para discernir cuándo disparar y cuándo no, y de qué manera, es desconocer la realidad de un país como el nuestro, no tener ganas de hablar en serio, o directamente reírse en nuestra jeta. No sé qué saco le cabe a Bullrich, tampoco me importa, porque el final de la película va a ser el mismo. En estos días anduvo circulando el videíto de la Policía de Francia que se negó a reprimir la protesta de los chalecos amarillos. ¡Qué bien, la Policía de Francia! Bueno, ahora centrémonos en lo que pasa acá, porque les tengo una mala noticia: temo que nuestra Policía no va a tener la misma actitud.

“Últimamente, -dice Ema- miro algunas fotos mías y pienso qué pasaría si mi cuerpo no diera la talla de la norma, ¿lo mostraría tan fácilmente? Sigo acá, intentando parecerme a lo que consumí toda mi vida: chicas flacas y felices, las publicidades de la tv, la cultura de la hiper sexualización femenina. Entonces, al mostrar mi cuerpo, ¿estoy reafirmando mi libertad o estoy contribuyendo a mi propia cosificación?”. Ema se cuestiona todo. Reflexiona sobre cada cosa que le hace ruido. Vive su feminismo lo mejor que puede y eso incluye rehacerse todo el tiempo, en la soledad de su habitación o en grupo: debatiendo con sus compañeras o en la calle reclamando. Hay mil maneras de rehacerse y cada día está la chance. La conocí cuando le hice una entrevista a raíz de la denuncia por abuso de poder que, junto a sus compañeras, ella hizo pública, y que salpicaba el honor de docentes y autoridades del Colegio Nacional de Buenos Aires: un lugar intachable, ponele. “No quiero que nadie me juzgue por mi físico. No me siento halagada cuando me elogian por mi belleza, como si fuera el mayor atributo que puede tener una mujer”, escribió en su posteo de Instagram que yo no había podido leer, dada mi escasez de Instagram.

Ema reflexiona sobre cada cosa que le hace ruido y escribió que ocultar los defectos, pretendiendo que no existen, nos impide recuperar la soberanía sobre nuestros cuerpos. Yo leo lo que puso y pienso automáticamente en las fotos que le tomaron esa vez que hicimos la entrevista: algunas eran primeros planos y entonces le retocaron sus granitos, para que luzca más bonita. Unos granitos en los cachetes que son propios de una chica de 19 años, y que no creo que le molesten. “¿Cómo militamos la aceptación y la libertad del cuerpo desde un lugar tan poco sincero? Nuestra militancia tiene que ir más allá de aceptar el ‘defecto’: hay que empezar a consumirlo”. Así cierra Ema su escrito que “no concluye ni es contundente” pero que está hecho desde el amor, con la huella intacta de lo propio y el aliento cambiante de una época.

Una época que nos pone en los bordes de la cordura, que nos defrauda y reconforta muchas veces al día, que cala hondo en nuestro dolor y nos abre un futuro esperanzador casi a la vez. Feminismo, Bolsonaro, el indigenismo de López Obrador, los milicos de Bullrich disparándote desde atrás. Hacete un licuado con eso. Hay un lema de las artes marciales que habla de esperar lo mejor pero prepararse para lo peor. Y acá estamos, luchando para que siga floreciendo el feminismo en América Latina, para que triunfen aquellos dirigentes políticos que tienen una perspectiva ideológica relacionada con el medio ambiente, como el colombiano Gustavo Petro, para que prospere México de la mano de don Andrés Manuel y para que Bolivia siga siendo la Bolivia de Evo. No es utópico pensar que todo eso nos puede pasar pronto, pero tampoco es impensado imaginar que nada de eso ocurrirá finalmente.

La pintura forma parte de la obra de Dimitra Milán https://dimitramilan.com/

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