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UNA BARRITA DE CEREAL

Suena el despertador, 6 AM, agradecés de nuevo la maravillosa idea de haberte mudado cerca. Te lavás los dientes, casi ni te fijás en la imagen que te devuelve el espejo. Hay un ruido que te molesta pero no alcanzás a identificar qué es. Te das cuenta que la canilla sigue corriendo mientras dejás reposar el cepillo en un cachete y lo mordés. No querés olvidarte la orden para el traslado de las 16. Si te olvidás, te jodés y te subís vos. Cerrás la canilla, el ruido se apaga. Vas a tener que llevarte las carpetas, porque, evolucionar, te evoluciona Magoya. Ojalá existiera el Dr Magoya, o la Dra. Te reís (¿te reís?). Es lo que me gusta, ya lo sé, “hay que pasar este año”, todos dicen eso. Agarrás la lapicera negra del bolsillo derecho de la chaqueta que usaste el lunes, el martes, (¿domingo también?) y que pensás usar hoy. Anotás en un reborde de recetarios que usás a modo block de notas (indescifrables para otros, muy claras para vos). Ya estás masticando una galletita, sin darte cuenta. Saludás a tu pareja que todavía duerme (¿existe la envidia sana?) ¡ah! Le tenés que avisar que el jueves te cambiaron y que no van a poder salir a cenar por el aniversario. Pero ahora dejalo, que disfrute de esa almohada mullida que te llama a vos también. ¿Y si te sacás las zapatillas y ya fue todo? Una cagada a pedos más (a lo mejor, ni se enteran que no estás). Bajás, salís, todavía de noche, mejor agarrar por la avenida. Cierre arriba, capucha todoterreno y las cinco cuadras más larguicortas que tus pies cansados (necesitás plantillas, aparte de todo lo demás) están dispuestos a tolerar.



Detestás el momento en que te mudaste tan cerca: podrías tener la excusa perfecta para llegar tarde, pero no, no la tenés. Llegás, acá nadie está durmiendo, acá ya es todo de día, ¿fue de noche alguna vez? A veces parece que estás metida en un loop. Largas filas. Firmás. Gente durmiendo en la puerta de los hospitales para sacar un turno: es así y punto. Permiso, permiso, buen día, no, no soy de acá, ni idea recién empiezo, no sé, en un rato tipo 11, no estuve acá a la noche no sé qué pasó. Te saluda el kiosquero, de los mejores amigos que se pueden hacer en circunstancias así, ya tiene tu café con leche y dos de azúcar (¿cuánto de tu sueldo estarás gastando con tu amigo el kiosquero?). Entrás, tirás la mochila, agarrás tus cosas y te tomás el café camino a la sala. 120/80, 110/70, 80/50 y esos ojos que no saben dónde están pero que ya no mirás como la primera vez. “Brazo encharcado y atado”, anotás, imposible de medir. El de la 20 hizo fiebre justo, jusssto cuando te toca vos, ¡pero qué jodida es la vida, viejo! Tomás el último sorbo de café, el fondo empastado de azúcar, lo tirás, te salpicás el reborde del pantalón blanco. Subís de nuevo, saludás a todos, todas, sin mirarlos, los ves todos los días, dá igual (¿de qué se reirán algunos? ¿Será que después de un tiempo entran en una sintonía extraña? ¿Hay vida después de esto? ¿Habrá risas que no sean las de evitar el llanto? Acordatedeltrasladodelas16).


“Blablablabla”, se te quedan mirando, dejá de pasear tus ojos por las notas, te preguntaron algo que seguro implica levantarse, moverse, sacar sangre, orina, llevar, buscar todo, para finalmente decir que no sabés de dónde es y entonces habrá que darle condetodo. Te duele la panza, caminás como flotando, son las 14, te está cerrando el comedor, bolsillo izquierdo la barrita que te compraste ayer, alegrón. Con la barrita sale el papelito del traslado. Te escondés en un costado, jardines internos del hospital, masticás, tragás, repetís por 3, chau barrita. Te ocupás del traslado, ¡una a favor! Te vibra el celular, ya casi sin batería, que dónde están las indicaciones. Te parás, te comprás otro café (posta, ¿cuánto del sueldo será?), estás quemada, te preguntás por qué paraste en ese kiosco. Volvés, indicás, ayudás a tus compañeros, hay algo de tu esencia que no vas a transar. Repasás el calendario con la que te pidió el cambio, negociás un viernes, otra buena. Metés sandwichito dos veces este mes, pensás que tu pareja va a estar feliz (vos solamente vas a querer dormir). Volvemos, pasamos todos, la de los ojos perdidos sigue ahí, pareciera que no hay nadie detrás, hay que verla de cerca (¿más?), te llama el enfermero, no está la orden del traslado, ¿podés ser tan tarada? Te hacés la que te vas al baño, corrés, no querés que se vaya la ambulancia, te saluda alguien al pasar (espero que no sea de planta), llegás, “siempre lo mismo con ustedes”, perdónperdónperdón, firmás, sellás, saludás, corrés para el otro lado. Llegás al final del corredor, sabés que te miran pero te sentás igual, aunque se venga otra cagada a pedos. Te quedás con tu compañero que no pudo hacer el procedimiento, te esterilizás, chivás, rogás no pincharte porque vas a tener que faltar para ir a la ART. De alguna manera se hacen las 20, hace rato que no tenés batería, conectás, mensajes de tu novio, “¿dónde andás?”. Volviendo a casa, agradecés haberte mudado cerca. Ponés el despertador a las 6, cerrás los ojos. “No es para tanto”, te mentís. Solo sos una residente más.


La ilustración, "Cirujana en el pasillo del quirófano", pertenece a la serie Luz en Hipocratia, de la autora Emma Cano.

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