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Todo es personal: asesinos sin mirada

Por Alfredo Grande

(APe).- En la trama de las lógicas mafiosas, ha quedado sellada una frase: “no es personal”. “No es contra vos” “Es mi trabajo”. La naturaleza cultural represora tiene varios axiomas de comienzo. El más importante: no hay sujeto de deseo. Apenas sujeto del mandato y en el mejor de los casos, cuando es obediente a los mandatos publicitarios, sujeto del deseo del mandato.



Al enmarañado, cruel, injusto y brutal colección de mandatos represores, la cultura lo bautiza como moral. La ética queda subordinada a una moral con dogmas, donde la explotación, la humillación, la vejación, el martirio del “hombre por el hombre” queda legitimada. Y legalizada. Pero aun las más crueles leyes tienen mediano o alto grado de legitimación social. Desde la ley de residencia, hasta los linchamientos, pasando por los asesinatos sin mirada.

Mientras el concepto y la praxis política de la lucha de clases es repudiada, otras formas para dirimir el conflicto económico y político aparecen. Consensos, concertaciones, mediaciones. Artificios para que las víctimas estén cada vez más desarmadas, más entregadas, más vulneradas. No es lo mismo arriesgarse que estar en riesgo. No es lo mismo vivir peligrosamente que ser un blanco móvil, como escribiera Mario Benedetti. No es lo mismo correr que esquivar disparos.


Si hay brecha, no es poco importante señalar que de un lado hay millones de personas muertas de hambre y del otro hay cientos de personas vivas de dinero. Ante la imposibilidad de distribuir la riqueza, apenas queda el recurso de exportarla. Algunos llaman a esto fuga de capitales. Importamos pobreza y miseria, exportamos riqueza y lujos.

La macro economía es la peor historia jamás contada. Es el credo confesional de los capitalistas on line y full time. Es la batalla cultural para que los pobres acepten financiar a los ricos, que justamente son ricos porque encuentren el mejor financiamiento posible en la estafa planificada y sistemática de todas y todos los trabajadores. Paradoja absoluta: cada salario, cada plan social, cada ayuda humanitaria, está financiando a los amos del universo. Si pagan 10, es porque se roban 1000.


Pero ni siquiera el Estado puede aspirar a ser un ladrón de guante blanco. Como la capacidad de estafar con elegancia está agotada, el Estado Represor, constitucional y absolutamente anti democrático, cambia los guantes blancos por los guantes de box y la rama de olivo por la metralleta.

No hay paritaria que aguante, y ni siquiera hay costo social del ajuste. Los vicarios del gran capital sólo tienen la moral mortal de la relación costo beneficio. Enormes beneficios propios y enormes maleficios ajenos. Pero como la lógica hegemónica es que nada es personal, entonces tampoco es vinculante. El rechazo plebiscitario a la gestión indigestión del gobierno actual, no condiciona ninguna política activa para forzar renuncias anticipadas y adelantamiento de las elecciones.


Más allá de mi profundo escepticismo de consistencia de los representantes, concedo que hay representantes que sólo responden a la voluntad familiar. La voluntad popular está ausente con demasiados avisos, ninguno escuchado. La política pública de entrenar asesinos sin mirada, ha logrado que el “chocobarismo” sea la razón de sus vidas. Y por lo tanto, también la razón de nuestras muertes. Matar por la espalda, a quemarropa y a quema cuerpo, es no solamente un asesinato. Es una operación cultural para arrancar la subjetividad al condenado.

Los verdugos se tapaban la cara. Los prisioneros encerrados en las mazmorras son encapuchados. La humanidad es, entre tantas cosas, la capacidad de mirarse. De sostener la mirada. Incluso con el enemigo. Incluso en la lucha. Cyrano de Bergerac (París, 6 de marzo de 1619- Sannois, 28 de julio de 1655), fue un poeta, dramaturgo y pensador francés, coetáneo de Boileau y de Molière. Edmond Rostand escribió una obra de teatro que lo inmortalizó. Herido de muerte por dos sicarios, Cyrano exclama: “no me hirió paladín fuerte, me hirió un rufián por detrás, para no acertar jamás, tampoco acerté con mi muerte”.


Acertar con la muerte no deja de ser una expresión inquietante.

El rufián, el cobarde, el asesino, no permite siquiera que haya mirada. Porque en la mirada de la victima hay dignidad y por lo tanto hay redención. El victimario necesita ocultarse de esa mirada y por eso asesina por la espalda. Sabe, aunque no sea consciente de ese saber, que la mirada de su víctima la arrancaría los ojos. Sin mirada lo personal, aquello que hace a nuestra profunda humanidad, queda suprimido.


El gatillo cada vez más fácil necesita abolir esa mirada. Y seremos nosotros y seremos nosotras los que deseamos rescatar esa mirada. En esa mirada está la vida, están los deseos, está el amor y está la esperanza.

La marcha de familiares contra las victimas de gatillo fácil es también la marcha para que las victimas recuperen la mirada. Cuando podemos mirar a los ojos, entonces nos damos cuenta, dolorosamente cuenta, que todo es personal. Y que la ceguera de la cultura represora, que hace el mal sin mirar a quien, nos es ajena.


Nuestra lucha necesita mirar a los ojos a todos y a cada uno de nuestros verdugos. Más temprano que tarde, quedarán transformados en estatuas de pura maldad. De sal o de piedra.

El que la mirada mata, sin mirada muere.

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