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La lógica del sistema

Por Carlos Del Frade


(APe).- Los asesinatos son en los barrios. En el centro las balaceras buscan enviar mensajes mafiosos a los poderes del estado. Desde octubre de 2013, cuando más de treinta proyectiles impactaron en la casa del entonces gobernador de Santa Fe, Antonio Bonfatti, en el mayor atentado político desde la recuperación de la democracia hasta el presente, las bandas narcopoliciales imponen la lógica clasista de una manera feroz y contundente.


En los barrios se mata, en el centro, se avisa.

En esas geografías sin trabajo en blanco donde solamente la memoria recuerda talleres y comercios que abrazaban a las pibas y los pibes que no terminaban la secundaria; en esos puntos de la ex ciudad obrera, los nuevas necrológicas dan cuenta de pibas y pibes menores de veinticinco años.


La vieja y repetida cifra del sistema: seis de cada diez desocupados, menores de treinta años; seis de cada diez imputados de primeros delitos, menores de treinta años y seis de cada diez víctimas de homicidios, menores de treinta años. Como los trabajadores y estudiantes desaparecidos durante el terrorismo de estado.

Una vez más la metáfora de la bestia apocalíptica, el 666 que, en este caso, descubre el enemigo permanente del capitalismo: la juventud, los que tienen menos de treinta años y, al mismo tiempo, necesidad que haya transformaciones profundas de la sociedad.


Daiana Magalí Irrazábal tenía 24 años y Gonzalo Urrieta, veintiún años. Dos pibes y una historia repetida: Daiana, “figura en la saga de sangre vinculada a Los Monos, y también en la lista de aprobados para iniciar una carrera en la Policía provincial. La chica vivía en un quinto piso de los Fonavi de Sánchez de Thompson y Grandoli. Fue novia del también asesinado Nahuel César, hermano de Milton y a quien la banda de los Cantero responsabilizó en un primer momento por el asesinato de su líder, Claudio, al que todos nombraban como El Pájaro. Las escuchas telefónicas dejaron expuesto que fue una confusión con otro Milton, de apellido Damario.

La joven había declarado en febrero pasado como testigo en el megajuicio que terminó en primera instancia con duras condenas a cabecillas del grupo de barrio La Granada. Su testimonio estaba centrado en el triple crimen perpetrado en Francia y Acevedo poco después de las 17 del 28 de mayo de 2013. La andanada de disparos contra una camioneta Nissan Frontier le puso fin en ese instante a la vida de su pareja, Nahuel. También, a la del mecánico que conducía el vehículo, Marcelo Alomar. Y a la de la suegra de la chica, Norma César, que falleció después como consecuencia de las heridas. “Se decía que venía todo a raíz de la muerte del Pájaro”, recordó Daiana en Tribunales. “Nahuel tenía miedo porque sabemos de lo que son capaces los Cantero”, reforzó”, explicaban las crónicas de los medios de comunicación rosarinos.


Desde algún lugar, las órdenes de matar en los barrios y amenazar en el centro, siguen dándose a pesar la mentada coordinación entre fuerzas de seguridad nacionales y provinciales.

La sangre joven es la que se repite.


Y los que ordenan las ejecuciones parecen manejar el otro flujo que nutre el negocio, el ciclo del dinero que alimenta el mercado ilegal de armas, paga sicarios, compra voluntades, provee impunidad y garantiza el lavado en mutuales, bancos o empresas que nunca están en los barrios donde se producen los asesinatos.

Los asesinatos de los pibes y las pibas en los barrios deberían indignar pero eso no sucede.


Quizás por esa lógica de hierro de la sociedad clasista de matar en las geografías sin peatonales y locales de productos importados y asustar entre los grandes bulevares.

Porque mientras el dólar atrae la atención de las grandes mayorías, las pibas y los pibes siguen siendo las víctimas inmoladas en el altar del dios dinero.


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