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Epidemiología de la democracia

Por Ignacio Pizzo (*)


(APe).- Desde el advenimiento de una democracia impura, parida sobre 30.000 almas en pena, no logramos admitir que el balance entre felicidad y desamparo nos da -hasta el momento- por debajo del subsuelo. Desde aquel 1983 de la esperanza hasta este 2019 donde un neologismo llamado posverdad habita en nuestro lenguaje, la estructura socioeconómica se ha sostenido con la sangre y los cuerpos de los que cuelgan del hilo más fino. De los que no encajan y son expulsados a un exilio sin paz. A un olvido efímero al ritmo de la cultura occidental, que hasta impide llorar a los muertos. Ellos completan las estadísticas del desencanto desde el origen mismo del llamado -a esta altura perversamente- “gobierno del pueblo”.



La historia antigua se nos relata de manera tal que no se puede no admirar a la democracia ateniense. No obstante la cantidad de hombres libres en Atenas no era la regla. Los cálculos de los historiadores sugieren que la proporción de esclavos estaba próxima a un tercio de la población total. Los esclavos eran, como dice Aristóteles, una «posesión animada» y no tenían, por tanto, derechos legales.

En un persaltum hacia la Argentina de 1916, donde fue elegido por primera vez un gobierno parcialmente democrático, Hipólito Yrigoyen fue presidente al implementarse el voto secreto, obligatorio y universal, exclusivamente para varones. A partir de allí las sucesivas alternancias entre administraciones elegidas por votos o gobiernos tomados por las botas, han sido, salvo algunos oasis de estado de bienestar, perpetuadores de una expulsiva máquina, que no dejó asomar las voces de la disconformidad.

Desde 1983 no hay gobiernos de facto. Sin embargo parece no ser necesario; tal vez porque aquella pesadilla de 1976 sentó las bases para seguir soñando, en otro capítulo, una pesadilla llamada democracia representativa. Donde el simulacro del domingo electoral nos hace creer que elegimos y, a los representantes, les hace creer que son elegidos.

Quizá debamos hacer un recuento de las partidas de nacimiento o de los certificados de defunción de aquellos a los que se les quitó cualquier oportunidad sobre la tierra. Los NI-Ni, los 3 de cada 10 ciudadanos pobres, los 5 de cada 10 niños o niñas o adolescentes por debajo de la demarcación de la línea llamada de la pobreza y, por último, los fallecimientos perpetrados por las fuerzas de seguridad del Estado. Analizados quizá como “una deuda de la democracia” y no como una continuidad de lo único que sabe hacer el Estado con su monopolio de la fuerza. Providencialmente, esperamos que se salde esa deuda. Pero, en tal caso, será consecuencia de una democracia planeada por una dictadura instrumentada, para plantar la semilla de la economía del desastre, de la negación de la vida. La última dictadura dio el primer empuje con los treinta mil detenidos desaparecidos, hombres y mujeres que soñaron una tierra sin intemperie sobre todo para aquellos hoy despojados de la dignidad que nos define como personas, actualmente domiciliados en un fondo de saco roto.

A partir de 1983 y hasta diciembre pasado son, 6536 las muertes/asesinatos del mismo estado, según el último informe de CORREPI. Suman 6.564 si incluimos 28 casos ya chequeados de 2019, ocurridos entre enero y primeros días de febrero por parte del aparato represivo. Dicho de otra forma en menos de un día una persona es asesinada por una fuerza de seguridad o, con mayor precisión, se trata de una persona cada 21 horas.

El ministerio de salud ausente, devenido en secretaría, nunca tuvo en su registro estas muertes como dato epidemiológico. Porque trasladamos al fuero penal aquello que deberíamos considerar un brote epidémico con clara relación causa-efecto. Y -aparentemente para las estadísticas sanitarias- los marginales del mapa no cuentan con la categoría de ciudadano.

Mientras se fraguan las causas de mortalidad y mientras la polarización electoral entre dos facciones del poder juega al poli-ladrón, la principal contradicción de un país que padece hambre y exporta alimentos al mundo, no tiene visibilidad. Ninguno de los precandidatos cuestiona ni cuestionó esta reducción a servidumbre de nuestra humanidad delimitada por una geografía a la que denominamos Argentina. Ni las mieles de aquella polis que un sector llamó “la París de Sudamérica” ni el lejano lugar llamado despectivamente el interior, que tomó el formato feudal de la edad media, quisieron construir el piso desde donde edificar la torre para sociabilizarse para la vida. Por el contrario se institucionalizó la miseria, bajo un camuflaje de boletas. Así es que continúa en valor y en vigencia Aldous Huxley. Aquel escritor que describe, a su modo, cómo sería una dictadura perfecta. En su novela “Un mundo feliz”, de 1932, uno de los prólogos de la 9ª.edición en lengua española (Plaza & Janes, 1980) enuncia: “Un Estado totalitario realmente eficaz, sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos, sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna, por cuanto amarían su servidumbre. Inducirles a amarla es la tarea asignada (…) a los Ministerios de Propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela”.

Los plebeyos de nuestros días sobreviven en racimos. En nidos de resistencia urbana y rural. Son muchos los lugares desde donde se resiste a capa emparchada y espada oxidada. Organizaciones sociales sin ambiciones candidateables, asambleas ciudadanas contra la depredación, merenderos y comedores comunitarios, investigadores a conciencia que no fueron cooptados por el mainstream académico, luchadores solitarios que aún molestan al poder, microemprendedores y cooperativistas sin aspiraciones de barrio privado, comunidades de pueblos originarios que no claudicaron al destierro. Niños y niñas que siguen naciendo, pretendiendo traer la constante renovación de la condición humana.

Actualmente son islas o tal vez arcas naufragantes que aún no han podido inscribirse en una flota única que derrote con pasión y ternura a un orden injusto desde su origen. Una democracia parida por una dictadura.

El desafío de la flota está cerca o lejos, no se sabe, pero la historia se sigue construyendo a cada minuto y éste es nuestro único tiempo sobre el planeta.

(*) Médico generalista en Casa del Niño de Avellaneda.

Pinturas:  -La guerra. Xaime Quesada.

                -John Vusi              

                -Separación. Nabil Anani

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