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Desde el alma

Por Alberto Morlachetti, en el cumpleaños 69 de Carlos Cajade (*)


(APe).- Si alguien -como escribe Gelman- nos hizo ver a Dios como un sueño clandestino de los desamparados o una belleza que se parece a cualquier hombre o mujer fue Carlitos Cajade, que supo -como pocos- que el amor es una cuestión de semejantes. Profundamente humano, sabía que si se dividen los que creen en el Cielo y los que no, perdemos la tierra. Esa tierra donde creyó con alegría que se podía construir el paraíso.



Dos días antes de partir, estuvimos hablando -en la madrugada de una terapia intensiva- con la voz que le quedaba -un sonido pequeño y acurrucado- con la ternura y la dignidad invicta de quien ha cumplido el propósito de vivir y está pagando el precio de amar una esperanza, tan propia y tan nuestra, en los “países hermosos” que crecían en su alma.

Carlitos se domiciliaba entre sus pibes, en los trabajadores, en los hambrientos y en los perseguidos -su mayor legado- manteniendo activo el diminuto carbón que alimentaba su pasión condenando al capitalismo desde su más íntimo latido.

La vida, que tiene la indomable libertad de irse cuando quiere, le resta a la condición humana un militante incomparable que luchó y amó para que no haya niños que nazcan inútilmente ni adultos que no colmen sus años, como manifestaba lejanamente su querido Isaías.

Nos duele el alma alojar este dolor, esa precaria y efímera señal de un hombre germinal que no quiso dejar el corazón de a pie.

(*) Escrito en 2005, en días de la muerte de Carlos Cajade

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