Por Alfredo Grande
Dedicado a Santiago Maldonado, Daniel Solano y en repudio a tanta sangre negociada
(APe).- En su libro de aforismos Voces, el talentoso Antonio Porchia escribió: “convénceme sin palabras; las palabras no me convencen más”. Asocio e interpreto, lo más libremente que puedo, que Porchia se refería a la palabra vacía. Al “packaging” discursivo de los fariseos del lenguaje. Por eso hace tiempo que he dejado de hablar de “familia”. Solamente utilizo “familiaridad”. “Familia” tiene la soldadura indeleble de lo patriarcal, lo jerárquico, lo obligatorio, lo cómplice. “Los trapos sucios se lavan en casa”. Una forma casera de referirse a la impunidad.
Cuando el feminismo combativo impone la consigna “lo personal es político”, los trapos sucios se empiezan a lavar, aunque dificultosamente, fuera de la casa. El lavado de los trapos sucios no es otra cosa que la justicia divorciada de lo justo. Hace décadas que el derecho se separó de la justicia. Son esas palabras, las que encubren, las que falsean, las que distorsionan, las que embaucan, las que oscurecen. Son la fábrica de mentiras, pero no solamente. La cultura represora tiene como fundamento comunicacional, la falsedad. No es mentira, pero tampoco es verdad. Y ante la mentira, que decimos tiene patas cortas, nos enojamos. Pero ante la falsedad, que tiene patas largas, nos confundimos, nos paralizamos, nos desconcertamos. Esas son las palabras que Antonio Porchia decía que “no creía más”. Y lo bien que hizo.
Parte de la batalla cultural, que como ya escribí anteriormente, es una guerra cultural. Las armas del pueblo son las palabras plenas, aquellas que ponen en superficie el fundamento represor de la cultura. ¿Ideología? ¿Doctrina? ¿Bajada de línea? ¿Doctrina revolucionaria? Algo de eso y mucho de eso. Si las ideas no se matan, como sentenció el otro Domingo, entonces a las ideas hay que defenderlas. Libros, artículos, blogs, prensa alternativa, contra hegemonía cultural, lo intentan y lo están logrando. Seguro que esas palabras lograrían convencer a Porchia.
ND ATENEO y la supuesta bomba de C5N son parte de una operación que no es otra cosa que la saga de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). Como el comunismo ya no es lo que era, seguramente habrá que inventar otra sigla. O darle a la misma sigla otro contenido: “ALIANZA ASESINARIA ARGENTINA”. Si las palabras son las armas del pueblo, es bueno actualizar esas armas. “Asesinario” es una palabra mitológica, mitad “asesino”, mitad “funcionario”. El asesinariato asesina con: despidos, sueldos congelados, tarifazos, necesidades básicas siempre insatisfechas, 48% de niñas y niños pobres, hambrientos e indigentes, insumos esenciales ausentes en los hospitales públicos precarizados, transporte público, caro pero el peor, jubilaciones saqueadas, gatillo fácil, demasiado fácil.
El “Asesinariato” por el momento será denominado por los sabihondos como “neologismo” o “jerganofasia”. Me alegra. Porque las palabras convencionales ya no convencen más. Porchia tenía razón. Si la gobernabilidad es reinar con la apariencia de gobernar, el asesinariato es asesinar con la apariencia de la gobernabilidad. Por lo tanto el CAMBIEMOS es literalmente verdadero. Del Gobierno de la República al Asesinariato Legal, mucho hemos cambiado.
Como siempre, el debate político es desde cuando se instaló el asesinariato en la Argentina. Explota una garrafa y asesina dos trabajadoras. Y no fue un accidente, porque incluso parece que ni siquiera es una garrafa que explotó. Había filtración de gas. Se verifica la “Lógica Cromañón”, que vengo enunciando y denunciando en mi programa de radio “Sueños Posibles”. No hay prevención. Apenas un miserable programa de reducción de daños. El hundimiento del submarino lo prueba. Poner mujeres policía en la vía pública como carne de cañón, cuando una marca de la cultura represora ha sido la pedagogía cruel del gatillo fácil.
Silvana Melo nos hace pensar: “Rodó por las paredes de su arte. Y pintó grafitis con su sangre. El vecino creyó que era un ladrón. Era un vecino. No un brazo armado del estado. Era un hombre común, con un arma bajo la cama. Arrogándose ley, vida y muerte. El vecino creyó. Como una fe contundente. Sin fisuras. Creyó sin duda posible. Creyó que era un ladrón. El, que tenía apenas 17 y en la madrugada del lunes se apuraba para pintar la última redondez de la última letra en la última pared para irse a dormir y después levantarse al lunes, frío y acechante lunes de cara lavada y trabajo en la barbería” (Matan a chicos que pintan paredes. 1/8/18)
Sin embargo, pienso que ese vecino es también un brazo armado del Estado. Del pobres contra pobres, al jóvenes contra asesinos. Y asesinos contra jóvenes. Mantengo como fundante la diferencia entre matar y asesinar. Matar es siempre en defensa propia. Asesinar es siempre en ataque ajeno. Porque eso para los asesinarios, los atacados, los exterminados, los masacrados, son los ajenos. Ajenos a todas las formas del mercado. Extranjeros en sus tierras.
Los asesinarios solo protegen a los intranjeros, invasores en tierras ajenas. Pero llegará un tiempo donde las penas no serán solamente de nosotros. Y las vaquitas nunca más serán ajenas. Y Antonio Porchia y Atahualpa Yupanqui se abrazarán en un canto hasta la victoria siempre.
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