La lengua, esa herramienta vigorosa, deslumbrante, disruptiva; ese “don” que nos fue concedido solo a los seres humanos y que hoy se encuentra en aguas divididas: por un lado, los fundamentalistas de que nada cambie, de que todo siga igual, negándose al inminente estallido de la revolución de la lengua que toma como escenario las casas, los trabajos, las relaciones, se cuela en la academia y en el prime time de la televisión. Por el otro, tenemos a lxs protagonistas de esta revuelta, quienes piensan más allá del binarismo, poniendo los puntos sobre las íes y dando vida a lo que sería el lema de las generaciones actuales y venideras: el futuro es inclusivo.
El lenguaje no sexista no es una moda pasajera, o un fenómeno que nació con la marea verde. Esto existe hace ya bastante tiempo dentro de la militancia feminista y LGBT+, pero se fue abriendo paso en los distintos ámbitos gracias al uso masivo en redes sociales, carteles de protesta, e incluso remeras usadas por referentes de movimientos sociales.
Sin embargo, muchas personas siguen sin entender el verdadero propósito del uso del lenguaje inclusivo, confundiéndolo con una especie de trabalenguas sin sentido, e ignorando que la lengua no es un sistema rígido, sino flexible y abierto a las modificaciones necesarias a incorporar, de acuerdo al momento histórico en el que la misma se encuentra. De este modo, el lenguaje inclusivo lo que busca es que el medio de expresión del ser humano por excelencia represente a todes, no solo al porcentaje masculino de la población, negando la existencia de las mujeres y disidencias sexuales y de género.
Al respecto, la Guía para el uso del lenguaje no sexista e igualitario en la Honorable Cámara de Diputados de la Nación (que data del año 2015) explica que, en sí, el lenguaje no es sexista, sino que es sexista el uso que hacemos de él cuando proyectamos en el lenguaje los estereotipos que responden a modelos culturales androcéntricos. De esta forma, al hacer un uso sexista del lenguaje, se contribuye al imaginario colectivo de que las mujeres y otras comunidades son personas secundarias y prescindibles.
Si nos remontamos a años atrás, específicamente a los años 60 encontramos que, gracias a las luchas feministas, nació la exigencia de erradicar a la ginopia, que significa la omisión (generalmente inconsciente y naturalizada) de las mujeres, lo que tiene efectos directos en nuestra cotidianeidad. Según estudios, por ejemplo, el hecho de que haya puestos de alto cargo expresados en masculino (como “jefe” en vez de” jefa”) desanima el interés de la población femenina de acceder a esos trabajos, haciendo que nos autoexcluyamos de entornos profesionales que nos permitirían crecer.
Como una especie de curita para alivianar la herida, al principio se intentó el uso del desdoblamiento en femenino y masculino (el famoso “todos y todas” popularizado por Cristina Fernández de Kirchner). Sin embargo, el colectivo LGBT+ hizo hincapié en que esta categorización binaria excluía a las personas transgénero, intersexuales, transexuales, travestis, agénero, no binarias, por lo que se empezó a utilizar el arroba o la letra x para reemplazar al masculino en sustantivos, adjetivos y pronombres que se referían a personas.
Esto resultaba increíblemente útil en la lengua escrita, más no en la lengua hablada, motivo por el cual apareció la letra e como representante del neutro, utilizándola para nombrar a colectivos o individuos cuyo género desconozcamos. La idea es pensar por fuera de lo binario, saltándonos también la heteronorma, al no suponer el género de la otra persona. Lo que se intenta es, en esencia, limitar al máximo la reproducción de estereotipos discriminatorios, al mismo tiempo que eliminar la violencia simbólica, producto de la desigualdad.
Es claro que la incorporación del lenguaje inclusivo a la lengua de todes tiene aún su resistencia. Incluso la mismísima R.A.E se ha pronunciado en contra de estas innovaciones, así como también la sociedad se había escandalizado cuando se intentó incorporar la feminización de algunas profesiones, sobre todo las más prestigiosas como “jueza”, “presidenta”, “arquitecta”, “médica”.
Sin embargo, lo cierto es que, según la Academia Argentina de Letras, las variantes del neutro “son fenómenos de orden retórico, puesto que se usan con el fin de crear un efecto en quien lee o escucha, de toma de conciencia sobre un problema social y cultural”. Además, destaca que el hecho de que su uso sea masivo no hace más que recalcar que es una necesidad comunicativa real de una gran cantidad de hablantes.
El lenguaje inclusivo es, de esta forma, un acto de justicia frente a años de negación. En su carácter de “incorrecto” radica su potencia, su fuerza de denuncia. Es una manera de activismo lingüístico, una especie de manifestación política que no te corta la calle, pero te frena la lengua antes de que la sueltes sin pensar.